Llegó hasta lo más profundo de la cueva. Era, efectivamente,
el lugar que señalaba el mapa. Después de tanto tiempo en busca del preciado
tesoro del que hablaba su antepasado, había llegado hasta allí, tras pasar por
una infinidad de dificultades. Pasó a la última cámara, levemente iluminada por
un agujero en el techo por el que entraba el Sol.
Allí estaba, un cofre antiguo, ricamente adornado. Debía
guardar un gran tesoro, pues el tamaño del cofre era considerable. Allí, junto
a él, había otro cofre más pequeño. Lo abrió, y encontró una pequeña llave
envuelta en un trozo de pergamino.
En el pergamino, había una inscripción:
En este cofre, descansa una parte del corazón de la
sabiduría de la humanidad, ábrelo, y allí, encontrarás el tesoro.
No pudo esperar más, cogió la llavecita y, tembloroso, la
introdujo en el cofre grande. Clic. Se abrió. Lentamente, muy lentamente, abrió
la tapa, hasta que ya no pudo más y terminó de abrirla con fuerza.
Lejos de lo que esperaba encontrar, quizá oro, joyas, no
encontró nada de eso. En el fondo del cofre reposaba sobre un nido de flores
secas, rosas, seguramente, un objeto cuadrado, forrado en piel.
Un grito de rabia, de procedencia incierta, inundó toda la
zona.
Un libro, ese sí que es un gran tesoro ¿no os parece?.
Que los libros os acompañen en todos los momentos de vuestra vida.
¡Feliz día del libro!
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