En los inicios de los tiempos, cuando los bosques empezaron
a florecer sobre la corteza del mundo, los árboles cantaban y reían. Los
animales, tenían el poderoso don de la palabra y las hojas se divertían
contándoles bellas historias a los animales jóvenes.
La reina de los árboles, Gaya, pasaba mucho tiempo
escuchando las historias de las hojas y las plantas. Su favorita era, sin duda,
‘La reina de las flores’.
La historia de la reina de las flores, comienza cuando la
primera flor del planeta abre lentamente sus pétalos, regados por el bello
rocío matinal. Una flor blanca, luminosa, que respiraba vida por cada resquicio
floral. La reina de las flores, conmovida por tanta belleza, decidió otorgarle
a tan bella flor, el don de devolver la salud. El dolor y las enfermedades no
existían en el Bosque de Floria, que era el antiguo nombre del bosque donde
vivía la reina.
Un día, años después, cuando la joven reina que un día
otorgó tanto poder a una pequeña rosa blanca era ya anciana, llegaron los
hombres. Floria, que así se llamaba la reina pues ella era el mismo corazón del
bosque, observó desde su casa en el árbol cómo los hombres destruían todo a su
paso. Los animales huían, la bella hierba terminaba muerta, pisoteada. Las
hojas ya no susurraban y los árboles habían dejado de cantar. Iban en busca de
la rosa que tanto amaba la reina. Tras varios días de fuego, destrucción y
muerte, Floria decidió que no podía esconderse más, debía hacer algo. Al tercer
día de la llegada de los hombres, salió a su encuentro y les habló con bellas
palabras que ellos no quisieron escuchar. La reina fue asesinada y el bosque
empezó a morir lentamente.
Los árboles, verdes y bellos, se secaron, y sus ramas
parecían garras mortíferas. Con lo que no habían contado los hombres,
ambiciosos y destructores, es que esa pequeña rosa blanca que otorgaba la salud
formaba parte de la reina de las flores, por lo que al morir la reina, murió la
rosa.
Muchos días estuvieron los hombres rogando al espíritu del
bosque por la rosa, pues su rey moría lentamente. El espíritu del bosque,
encolerizado, respondió a los hombres.
- ¿Qué ruegan los asesinos que han destruido mi bosque? –
dijo la voz cavernosa del espíritu.
- Señor, nos dejamos llevar por la desesperación, pues
nuestro rey muere lentamente y queríamos encontrar la flor de la salud a toda
costa. ¿Podemos hacer algo para enmendar tanto mal que hemos causado al bosque?
- Después de matar a mi reina, ¿qué pretendéis arreglar?
¿podéis devolverle la vida a los muertos acaso?
- No, señor, es cierto que no podemos.
- Al asesinar a mi reina, asesinasteis también la rosa que
tanto necesitáis ¡necios!.
Los hombres se quedaron atónitos pues no habían pensado en
ello.
- Está bien, nos iremos por donde hemos venido y no
volveremos a profanar el bosque.
- Esperad. A diferencia de los egoístas humanos, el bosque
aún es bondadoso aunque esté muriendo por vuestra culpa. Os concederé un pétalo
de la rosa que está muriendo para devolverle la salud a vuestro rey. A cambio,
vosotros debéis enmendar tanto caos y devolverle la salud al bosque. Me parece
un trato justo ¿no es así?.
- Aceptamos, gran espíritu del bosque. Nunca más un hombre
destruirá el bosque, ni este ni ningún otro.
Así, se recuperó el rey de los hombres y el bosque volvió a
nacer de nuevo. La reina de las flores recuperó la salud y revivió. Los árboles
volvieron a cantar y las hojas volvieron a contar bellas historias.
Al fin, el hombre y el bosque cultivaron una eterna amistad,
pues el bosque nunca es rencoroso.