Estábamos todos escondidos en la reducida y austera vivienda mientras en el exterior
resonaban las sirenas de bombardeo aéreo. Éramos siete personas, cuatro de la misma familia
y otras tres de una familia distinta. Nos escondíamos de los nazis, del terror, y de la muerte
que en las calles prosperaba.
Éramos la familia Gottlos y la familia Galgenstrick, ambos judíos.
Nuestra familia se componía de mi marido, Chaim, mi hija de doce años, Rebecca, mi hija de
seis años, Ariel, y yo, Navah.
La otra familia eran un matrimonio joven, Efron y Elisha, junto con su hijo de dos años, Ilan.
Los siete habíamos huido de la masacre que en las calles se vivía.
Todas las semanas, Chaim y Efron salían a la calle en busca de comida. Recogían todo lo que
encontraban, era importante abastecer la despensa de la menuda habitación para poder
subsistir el máximo tiempo posible. Cada vez que llegaban, se nos encogía el corazón por
miedo a que los soldados nos hubieran descubierto.
Muchos nos habíamos enterado de lo que hacían con nuestros hermanos judíos en unos sitios que ellos llamaban ''campos de concentración''. Algunos decían que era un campo donde nos obligaban a trabajar, otros, que era la muerte, y una minoría, los más ingenuos, que era un lugar donde nos suministraban ,comida, ocio y una buena cama para dormir.
El lugar donde estábamos escondidos, era una vieja vivienda que se componía únicamente de
una habitación grande, en el que había un viejo sofá, una cama de matrimonio y una cama
individual, una minúscula cocina y un baño. También habían dispuesto un falso suelo con maderas, y debajo, había un escondrijo por si venían los soldados.
¡Ojalá se acabase la guerra pronto!, y pudieran salir a la calle, vivir tranquilamente. Pero parecía
que aquello no acabaría nunca.
Algunas veces, soñaba que salíamos de allí, la luz del sol nos cegaba y todos nos saludábamos.
La gente salía en tropel a ver la luz de un nuevo día que sin duda estaría lleno de paz, el primer
día de los muchos que tendrían para vivir felices.
Pero simplemente era eso, un sueño, y los sueños, sueños son.
Chaim había pensado en unirse al ejército alemán, pensaba que así no nos pasaría nada a los
niños y a mí, pero al final acabó desechando la idea, pues hubiera sido traicionar a su pueblo y
su ideología.
Muchas veces jugábamos todos juntos a imaginar un nuevo día sin guerra.
Cómo sería el día en que dijeran que la guerra había acabado. Todos terminábamos
enjugándonos las lágrimas por tan locos y estúpidos pensamientos.
Ninguno de los adultos queríamos decirlo en alto, pero sabíamos que no duraríamos mucho
escondidos.
Los dos hombres se habían enterado de los numerosos desalojos judíos que se habían llevado
a cabo en las últimas semanas.
Tuvimos una conversación al respecto mientras que los niños dormían.
- El señor Horst dice que tras desalojarlos se los llevan en camiones como si de reses se
trataran - dijo Efron con los ojos muy abiertos y cerrando los puños con fuerza.
- ¿Qué les hacen en esos campos? - preguntó Elisha temblando violentamente refiriéndose a
los campos de concentración.
- Una vez le oí a hablar a un soldado alemán antes de que tuviéramos que escabullirnos - dijo
Chaim - oí algo acerca de cámaras y fusiles - susurró.
- ¿Cámaras de gas y... fusiles? - pregunté de nuevo sabiendo qué significaba aquello.
- Exacto, cámaras de gas enormes, en las que cabrían al menos unas cien personas, quizá unas
cuantas menos - dijo Chaim sin tapujos.
Elisha se había echado a llorar y por eso dejaron de hablar sobre el tema. También era
importante mantener la calma para que los niños no se alarmasen. Ya sospechaban que no
estaban allí por nada y que era importante tener cuidado y no salir de la casa.
Ellos se aburrían más que los adultos, que estábamos preocupados en que no nos
descubrieran y nos pasábamos el día sumidos en nuestras cavilaciones.
Un día, Elisha y yo estábamos muy preocupadas, al borde de un ataque de nervios.
Efron y Chaim tardaban más de media hora de lo habitual.
<< ¿Qué les habrá pasado? >> - nos preguntábamos cada una interiormente, sin hallar una
respuesta que no fuera terriblemente dolorosa.
Por fin, alguien abrió la puerta de la vivienda. Eran ellos, por lo visto, casi les sorprenden unos
soldados y habían tenido que escabullirse durante más de veinte minutos hasta que se habían
marchado.
Corrimos a abrazarles y llenarlos de besos, la esperanza había vuelto cuando creíamos que
estaban muertos. Qué momento tan terrible habíamos pasado.
Decidimos que no iban a salir más en un par de semanas, habíamos reunido comida suficiente
para dos semanas al menos, aguantaríamos, éramos luchadores. Lo que más predominaba en
nuestra despensa era la comida enlatada, lo que mejor se conservaba.
De vez en cuando Chaim y Efron traían el periódico. Qué mentirosos, si yo fuera un soldado
alemán los habría matado a todos. Eran unos asesinos y encima intentaban engañarnos.
Esperaba que nadie se creyera esas noticias. Pura mentira, pura invención...
Cada día que pasaba nos costaba más seguir adelante. Ya llevábamos dos meses escondidos y
no sabíamos cuanto iba a durar esto. Yo no podía más.
La situación fue empeorando más y más. Ya sí que no se podía salir a la calle, las inspecciones
en busca de judíos eran más duras y constantes.
Los soldados alemanes habían pasado muy cerca de la casa, aunque no se habían detenido en
ella, de momento.
Había llegado el día, era el fin, alguien había llamado a la puerta, y no podían ser ni Chaim ni
Efron, los dos estaban en casa. Seguían llamando con insistencia.
- ¡Por favor abran! - dijo una voz masculina al otro lado de la puerta.
Nos habían descubierto, o eso creíamos. Chaim abrió la puerta y el que estaba en el umbral de
la escalera no era otro que el señor Friedrich, nuestro antiguo vecino.
El señor Friedrich era un hombre más bien bajito, rubio y con los ojos azules, alemán de
nacimiento. Iba ataviado con un traje de color marrón oscuro y sus ojos denotaban
impaciencia.
- ¡Señor Friedrich! - dijo Chaim al tiempo que el hombre le daba un caluroso abrazo.
El señor entró en la casa. Elisha y yo preparamos un té en el hornillo.
- Chaim menos mal que me habéis abierto, temía que os hubieran capturado los nazis - dijo el
hombre con verdadera preocupación en su rostro - vengo a daros una buena noticia.
- ¿De qué se trata? - preguntó Efron impaciente.
- Veréis, mi mujer Madeleine, ha conseguido documentación falsa para todos vosotros,
incluidos Elisha y Efron. Viajaréis con nosotros, a América.
- ¡¿A América?! - dijimos Elisha y yo al unísono.
- A América - confirmó el señor Friedrich - eso sí, debemos ser muy cautelosos si no queremos
levantar sospechas, como nos descubran moriremos todos sin excepción - advirtió.
- ¿Cuándo nos iremos? - preguntó Efron.
- Pues ya mismo, iremos en coche hasta Francia y allí cogeremos un vuelo a América - dijo el
señor con cierto nerviosismo.
- Deje que recojamos nuestras cosas y en diez minutos estaremos listos - dijo Efron.
***
- ¿Qué os ha parecido? - preguntó la abuela a los niños.
- Abuela, ¿sobrevivieron? ¿consiguieron llegar a América? - preguntó una niña.
- Hombre, ¿estoy aquí verdad? - fue la única respuesta que dio a parte de esbozar una sonrisa
y una mirada llena de vivencias y recuerdos.